Crecieron con la computadora cerca y son la primera generación de 'nativos digitales'. No conciben la vida sin celular ni MP3 y su peor pesadilla es pasar un día sin Internet. Diez 'digipibes' hablan de su mundo, tan extraño para sus padres.
Están aquí, entre nosotros. Físicamente se parecen a sus desorientados padres, pero en verdad son muy distintos. ¿Y saben algo? Más temprano que tarde van a dominar el mundo. Son los "nativos digitales": chicos que nacieron entre los bips de una máquina, gatearon hasta llegar a la computadora, crecieron entre pantallas y hoy no saben vivir sin celular o MP3.
Pablo es un digipibe típico. Le encanta el fútbol en todas sus formas: con amigos y en la computadora. Fanático del Pro Evolution, a los 16 años se aburrió de sus reglas y las modificó. ¿Cómo? Se bajó un programa de la Web con el que alteró el dinero que le daba el juego para armar su equipo. Con los bolsillos virtuales llenos, se hizo de los mejores jugadores y ya no le gana nadie. "Sé crear mis propios trucos, y a distancia. Puedo entrar desde mi máquina a otras y ayudar. Y les gano a los que programaron esto." Su pasión por las compus le viene de chico. Tuvo su primera PC a los 6; apenas leía de corrido cuando se topó con el manual del "viejísimo" Windows 95, lo devoró y empezó a experimentar.
Su caso no es único en el país. De acuerdo a un estudio de la consultora D'Alessio IROL, son 2,47 millones los adolescentes que tienen acceso a Internet y pasión por la tecnología. Armados con computadora, celular, reproductor de MP3, consola y camarita, muchos chicos enfrentan al mundo de una forma que 20 años atrás era inconcebible. Que el futuro será digital, es para ellos una obviedad: algo que dan por sentado y no los asombra en lo más mínimo. Saben, incluso, que ellos son los conejillos de indias de lo que es un cambio cultural que está en marcha, pero el hecho de saberlo no los aterra. Para nada. "Son el germen de la sociedad de la información, que creció con sus herramientas y las toma como naturales. El pez no piensa en el agua y el adolescente no piensa en la tecnología", explica Susana Finquelievich, experta en nuevas culturas de la carrera de Sociología de la UBA.
Ricardo (17) es un pez en el bravío mar de la Red. Vive al lado de su novia Laura, pero a pesar de la cercanía ni se asoma al balcón para llamarla. "Abro el MSN (mensajero instantáneo) para ver si está despierta antes de ir a verla", cuenta. El también mete mano a las PCs. Tiene una en su cuarto que es su orgullo: la armó solo, pieza a pieza. "Aprendí a pura prueba y error, quemando dos computadoras de mi hermano y con consejos de amigos."
HAGO, LUEGO EXISTO
El de Ricardo es un caso de manual de su camada, la generación tech. Uno de los "nativos digitales" que aprendieron, sin darse cuenta casi, a tomar decisiones rápidas en ambientes complejos; a actuar sin pensarlo mucho (el "just do it" de Nike los define). Para sus mayores –en su mayoría, semianalfabetos digitales – son un intríngulis: los agobia que pasen tanto tiempo interactuando con máquinas; sus comportamientos les parecen caóticos y aleatorios; les aterra tanta dispersión...¿No será que actúan así porque tienen la capacidad de encarar procesos paralelos? ¿Y si, como algunos predicen, resulta que ese aparente caos es un valor en la selva inmisericordiosa del mundo del trabajo?
Según la consultora Booz Allen, a los veinte años los chicos de la generación tech habrán pasado unas diez mil horas jugando a videogames, habrán mandado y/o recibido unos 200.000 mails y/o sms, y habrán usado diez mil horas más hablando o jugando con sus celulares. En tanto, a lo sumo habrán invertido cinco mil horas con un libro en la mano. Señores padres: ¿creen ustedes que la enseñanza analógica, a la vieja usanza, los prepara mejor para enfrentarse al mundo? Hay quienes piensan que no, empezando por los mismísimos chicos.
Lo cierto es que el hecho de que sus hijos pasen tantas horas enchufados es algo que preocupa a sus papás, en especial a los que no saben usar la tecnología que compran para sus hijos. "Mi mamá dice que vivo para estar conectada. Pero mi papá no me puede decir nada porque es igual a mí", confiesa Abi, una acusada de aislacionismo severo. "Por ahí tenés etapas en las que estás dos meses en el cíber, pero después necesitás a la gente. Si te gusta leer te podés aislar dos meses leyendo, no creo que tenga que ver con Internet", refuta Clara (18) desde Junín, provincia de Buenos Aires.
A los grandes también les inquieta que los chicos usen la Web para buscar información sobre sexo, drogas y demás temas tabú. Los chicos consultados, obvio, juran que jamás pisaron ese tipo de sitios. Lo que sí reconocen es que, como los grandes, "copian y pegan" y violan los derechos de autor. Aunque saben que es ilegal, se excusan en los precios abusivos de discos y libros. Pablo explica: "Las discográficas pretenden darte un CD y que lo escuches vos solo. En Internet, vos lo podés compartir y prestárselo a quien quieras. ¿Está mal?".
PROHIBIDOS PARA PADRES
Otra actividad predilecta de los chicos es el chateo. Algunos creen que les permite tener mejores relaciones. "Tengo amigos en Uruguay y si no fuera por el chat no hablaría nunca con ellos", dice Guido. "Hay gente a la que no llamarías por teléfono, pero la ves en el chat y la saludás", dice Lore. Todos coinciden en que los ayuda a decir cosas difíciles. "Yo soy tímida y la compu me sirve para relacionarme", reconoce Aldana. "Hay cosas que preferís decir por chat porque no demostrás tus emociones", agrega Coty. "Es más fácil pelearse online que cara a cara", acota Rick. Además, "no se puede hablar por teléfono con todos a la vez y con el chat sí podés", dice Abi. La psicóloga Lapertosa coincide: "Internet libera de la inhibición. Se puede decir cualquier cosa, total los demás no te ven".
El ciberanonimato se construye también con el nick (en inglés, apodo). La mayoría se conecta al chat con otro nombre. Así, Lore se transforma en Piru; Macarena, en Macookie; Ricardo, en REF; Abigail, en Abi Maggie. El psicoanalista especializado en adolescentes Asbed Aryan señala: "Los chicos pueden parecer diferentes, pero las inquietudes que tienen son las mismas de siempre. Necesitan construir su privacidad para poder ser adultos, y en Internet la encuentran". Además, "como no tienen quién los escuche, con la Web multiplican su público", agrega. Lapertosa coincide: "La adolescencia como etapa tiene la misma esencia que hace 15 años, la búsqueda de la identidad y la necesidad de rebelarse frente a los límites son iguales. El camino es diferente. La tecnología es la nueva forma de independizarse".
Buscando una oreja, hacen de los blogs un boom y vuelcan allí sus historias, como lo hace Clara que, desde Junín, escribe de todo. "Cuento cosas que me pasan, que se me ocurren. Algunas son reales; otras, inventadas. Me gusta escribir y subirlo, nada más", simplifica. La diferencia con un diario íntimo es que con éste "no tengo ningún compromiso", asegura Clara. Gonzalo también es blogger. Tiene 17 años y vive en Firmat, a cien kilómetros de Rosario. "Empecé compartiendo videos de recitales. Subo lo que se me antoja y la gente se ríe", se sorprende. Ellos no son los únicos: el 46% de los adolescentes tienen blogs o flogs, según D'Alessio IROL ."Los blogs son ese espacio de intimidad al que los padres no tienen acceso. Quizá lo que escribe no es tan importante, pero para el adolescente sí lo es porque tiene que ver con su mundo íntimo que sólo los de su edad entienden", revela Lapertosa.
Aunque muchos pasan hasta seis horas por día navegando, no viven en un chip. Al contrario, están preocupados por el mundo. Agostina desea paz. "Argentina tiene mucha agua y hay muchos países que casi ni tienen y se van a venir contra nosotros", pronostica. Aldana también se desvela por el medio ambiente: "Quiero ir a la selva a salvar animales en peligro", cuenta. A Guido le preocupa "que haya chicos trabajando desde muy chicos y la diferencia abismal entre ricos y pobres". Abi siente algo parecido: "Todos dicen que los chicos son nuestro futuro, pero nadie se ocupa de ellos". Escépticos y críticos, tienen poco interés por la política y alergia a los noticieros.
¿Son estos chicos la punta del iceberg de la sociedad que se viene? Finquelievich explica: "Toda nueva cultura se construye sobre lo que queda de la anterior. Los adolescentes tienen todo lo viejo más los rasgos nuevos. Son hipertextuales, no se limitan al texto plano, buscan y profundizan. Son multitasking, pueden abordar muchas tareas a la vez. Afrontan distintos canales de comunicación simultáneos: chatean, hablan por celular, navegan, charlan... Y eso les da una ductilidad y una velocidad de pensamiento hasta ahora desconocida. Lo que aún no sabemos es cómo piensan. No hubo tiempo de investigar. Internet llegó al país en el '95 y en estos años cambió el mundo", subraya. Y agrega que "al ser nativos digitales tienen más poder que el inmigrante, que desconoce los recovecos de la sociedad virtual". Así, se genera dependencia entre los chicos y sus mayores. "Cambió la relación. El que sabe más tiene más poder. El inmigrante nunca deja de ser inmigrante", explica. Lore sabe de qué se trata: "¿Qué hace mamá con la compu? La plumerea", ríe.
En este contexto, lo único que les queda a los padres es aprender. "Si un padre teme que su hijo se interne en las selvas digitales, puede transitarlas. Nunca va a aprender lo mismo, pero puede conocerlas mejor", aconseja Finquelievich. Aryan coincide: "El papá de un adolescente tiene que entender que es un novato y que aprender con el hijo no es una vergüenza". En todas las generaciones, los chicos tuvieron cosas que los padres no. "La tecnología puede ser como el fútbol, algo que los haga compinches o los separe", concluye Finquelievich. Daniel y su papá parecen haberla oído. Ellos hallaron en la PlayStation y Racing algo que compartir. Juntos pasan las horas a puro gol, aunque los reten porque nunca están en la mesa a la hora de la cena. Dicen los ingenieros que lleva una generación despertar el potencial de una nueva tecnología. Estos digipibes demuestran que el dicho tiene razón, y más vale escucharlos: nos traen noticias del futuro.
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