En 1976, una tosca foto en blanco y negro tomada por la nave Viking 1 disparó una de las fantasías pseudocientíficas más famosas de todos los tiempos: la “Cara de Marte”. De poco sirvió que, desde entonces, los astrónomos y geólogos planetarios salieran a explicar una y otra vez que el supuesto rostro no era más que una simple formación geológica, favorecida por la perspectiva y el juego de luces y sombras. La otra versión, la de los desinformadores de siempre, era mucho más tentadora y vendible: la “cara”, decían, era un enorme monumento construido por marcianos de antaño. Dado que la imagen era bastante pobre, la única manera de definir el pleito de modo categórico era volver al planeta y fotografiar con más cuidado la extraña figura. Y bien, eso ocurrió en 1998 cuando las impecables vistas de la Mars Global Surveyor demostraron que, por supuesto, no había ninguna cara. Aun así, y a pesar de estar todo magullado, con muletas y casi sin aliento, el mito siguió arrastrándose hasta nuestros días. Pero se terminó: la sonda europea Mars Express ha clavado su ojo quirúrgico en aquella rareza y acaba de enviarnos esta fotografía 3D que ya no deja dudas. A continuación, el curioso nacimiento, el rápido ascenso y la estrepitosa caída de la “Cara de Marte”.
VIKINGOS EN EL PLANETA ROJO
Hace treinta años, la NASA se anotó uno de los triunfos más espectaculares en la historia de la exploración planetaria: los módulos de descenso (“landers”) de las Viking 1 y 2 lograban posarse con éxito en el anaranjado suelo marciano. Y mientras ambos robots trabajaban en la superficie (separados por miles de kilómetros en el Hemisferio Norte de Marte), sus respectivas naves madre (los “orbitadores”) daban vueltas y vueltas alrededor del planeta, a unos dos mil kilómetros de altura. Y por ahí viene la cosa: con el correr de los meses, el dúo espacial cosechó casi 300 mil fotografías tomadas desde lo alto. Eran imágenes impactantes que, por primera vez (y más allá de algunas misiones previas), nos revelaban en serio la desoladora diversidad del paisaje marciano: grandes llanuras, cráteres erosionados, lomas, barrancos, fisuras, tierras altas y bajas, y hasta largos surcos que daban toda la impresión de ser los antiguos lechos de ríos extintos. Y colada en medio de esa catarata de fotos que se dirigían a la Tierra, transmitidas por radio, viajaba una sorpresita.
CABEZA Y PIRAMIDES
Todas las fotos enviadas por los orbitadores Viking 1 y 2 iban siendo almacenadas digitalmente en los discos del National Space Science Data Center de la NASA, en Greenbelt, Maryland, Estados Unidos. Pero eran tantas, que al principio los científicos sólo podían mirar con cuidado, a lo sumo, la cuarta parte. Y en medio de ese montón de imágenes desatendidas, había una tomada el 31 de julio de 1976 por Viking 1. Estaba catalogada como 35A72, pero llevaba un rótulo más informal: “Cabeza”. Para los expertos era una imagen del montón y nunca se imaginaron que provocaría tanto revuelo.
La foto quedó archivada durante unos años hasta que en 1980 fue encontrada, casi de casualidad, por un tal Vincent Di Pietro, un experto en informática que, en un rato libre, se había puesto a revisar una pila de vistas marcianas ya procesadas. Al verla, Di Pietro quedó hipnotizado: en plena región de Cydonia, a 40 de latitud Norte, creyó ver la cara de una mujer. Y a partir de la escala de la fotografía, dedujo que medía unos 1500 metros. A primera vista, parecía algo verdaderamente impresionante. Tan es así, que el entusiasmado técnico siguió revisando más fotos. Y así tropezó con la toma 70A13, del 4 de septiembre: otra vez el enigmático rostro. Encima, a unos 15 kilómetros de distancia, parecía insinuarse un grupo de “pirámides”. El cóctel era explosivo. Y claro, explotó.
EL BOOM DE LA “CARA”
No está del todo claro cómo ocurrió, pero de algún modo esas fotos llegaron a la prensa. E inmediatamente, estalló la locura: todo el mundo veía la “Cara de Marte”, tal como fue bautizada mediáticamente. Y en todas partes, incluso aquí, varios “ufólogos” se lanzaron a decir que el rostro de mujer y las pirámides eran grandes monumentos construidos por los marcianos. Es más, se publicaron incontables artículos sensacionalistas en diarios y revistas de todas partes. E incluso, hasta libros enteros, como el bestseller Leben auf dem Mars (Vida sobre Marte), del “investigador” alemán Johannes von Buttlar. Ante el fenómeno imparable de la “Cara de Marte”, los verdaderos expertos –astrónomos y geólogos planetarios– intentaron aclarar el asunto. Seguramente, decían, sólo se trataba de una ilusión óptica, provocada por una fortuita combinación de factores: colinas y otros accidentes del relieve, el ángulo de iluminación solar y sombras proyectadas. Pero no hubo caso. El mito creció muchísimo a principios de los años ’80, alimentado por todo tipo de rumores: que la NASA quería esconder pruebas (un “clásico” de la pseudociencia), que había una “ciudad marciana”, y que las Viking habían fotografiado, al menos, diez o doce caras más. Los embaucadores recurrieron a supuestas “fotos secretas” y dijeron toda clase de mentiras para defender sus especulaciones. Pero es sabido: las mentiras, en Marte o en la Tierra, tienen patas cortas.
EL PRINCIPIO DEL FIN
La cara comenzó a desdibujarse definitivamente en 1998, cuando la Mars Global Surveyor, una exitosísima nave orbitadora de la NASA (que sigue funcionando aún hoy), también se hizo un tiempito para examinar a la extraña formación de Cydonia. Pero a diferencia de la Viking 1, el vistazo de la MGS fue mucho más agudo: sus fotos de la “Cara de Marte” fueron tomadas cinco veces más cerca (a sólo 444 km de altura) y con una cámara de mucha más resolución. Es simple: mientras que las fotos de 1976 sólo mostraban detalles no menores a 50 metros, las vistas de la MGS revelaban cosas tan chicas como un auto. Además, también eran muy distintos los ángulos de visión, la iluminación y las sombras. Con una contundencia demoledora, la nave de la NASA confirmó la versión que, pacientemente, defendían los científicos: sólo se trataba de una meseta rocosa de 1500 metros de largo, acompañada por algunas suaves colinas, y fracturada por algunas fisuras. Tres años más tarde, en 2001, la MGS volvió a desmenuzar la “cara”. El mito estaba herido de muerte.
MARS EXPRESS Y LA IMAGEN 3D
Pero por si hiciera falta, ahora llegó el remate final: el pasado 22 de julio, la Mars Express, la maravilla europea que está en órbita marciana desde fines de 2003, apuntó sus cañones a la zona de Cydonia. Los “cañones” no son otra cosa que la formidable “Cámara Estéreo de Alta Resolución” (HRSC), una joya óptico-electrónica que, por primera vez, permite obtener exquisitas imágenes 3D de la superficie de Marte. Antes esos ojos de película, la “Cara de Marte” se revela de una vez y para siempre en su verdadera naturaleza, ya inevitablemente despojada de todo valor agregado, o inventado. De paso, la misma HRSC de la Mars Express también aclaró los tantos sobre las supuestas “pirámides”: no son más que montículos –probablemente sedimentarios– dispersos y erosionados.
Es el final de una historia que duró tres décadas. Y que, en cierto modo, funcionó como una especie de test de Rorschach súper masivo: el mundo vio lo que quiso ver, con toda naturalidad, como cuando una parte de una montaña nos despierta la imagen de un zapato o cuando jugamos a dibujar cosas en las nubes. Claro, hubo unos cuantos que aprovecharon para llevar agua a los siempre endebles molinos pseudocientíficos. Pero ahora se acabó el cuento. Y desde la distancia, Marte debe sonreír.
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